- a propósito de Dolores Veintimilla, poeta ecuatoriana que se suicidó a los 27 años, tras los ataques de la sociedad curuchupa cuencana y el abandono de su esposo-
Agujas metálicas
suspendidas
en el hueco del diablo
de tu viejo sillón,
donde un día se sentara Perséfone a esperar a su mamá,
yo que no tengo más que una
lápida florida,
una canción mal hecha
y la confusión como banda sonora
antes
de
dormir,
muñequitas que juegan en mis
venas más delgadas,
te acuerdas Dolor Dolores,
te acuerdas de Violeta, Castor y
de las fiestas,
de la noche que nunca cobija,
solo ronronea
en tu dolor, Dolores,
en tu corona de espinas,
en tu pecho incendiado,
y cuando escucho las viejas
historias patrias
Don Eloy, Don Vicente, Don Juan
León,
no entiendo por qué no lloramos
tus horas,
a las siete de la mañana cuando
el himno nacional aplasta nuestros cráneos inmolados.
¿Dónde está ese mundo que soñé
allá en los años de mi edad
primera?
Bajo el adoquín escarlata
que levantamos Dolores cada
sábado de resaca,
para buscar la moneda,
llorar en la óptica ilusión
de los sueños que ya no son
pétalos de descanso,
sino
pesadilla-maldormir,
reptil-almohada,
ronquido-lepra,
del mundo que cae
sobre el somalí,
el afgano,
el palestino,
el indígena,
necrología infinita,
Dolores Universal,
no entras en este campo santo de
concentración
católico,
curuchupa
almidonado,
infectadísimo,
será mejor darte la inmensa buena noche,
y que nos hagas un rincón para changarnos.