2/1/10

Quemando el año viejo

-desde mi ventana personal-


La ventana de mi comedor da a la avenida. Miro a través mientras como y leo algo. Es el último día del año y los mortales más comunes ponemos esperanzas en que con un nuevo calendario las cosas podrían mejorar, después de todo la historia personal y social nos ha golpeado constantemente i deberíamos aprender.

Afuera seis niños estiran una soga y paran a los carros, vestidos de flacasviudas reúnen dinero para enterrar al viejito. Con máscaras de simios, esqueletos, payasos y con un año viejo de Gokú, bailan y lloran frente a cada auto que llega.


Pero fuera de sus disfraces y como en la vida realcotidiana y en la viña del señor (de cualquier señor) hay de todo... pasan los carros apresuradísimos y casi no frenan, con su velocidad amenazan ir llevando por encima la soga y los guaguas. Los carros más lujosos son siempre los tacaños, van adentro los niños suquitos, de copilota la señora con gafas y cara de hastío, y manejando el señor apuradísimo que acelera y no gusta dar un centavo. Los carros más pequeños casi siempre paran y algo han de dar a los que lloran por el año viejo que pronto enterrarán.


Al costado una señora ríe y cose con empeño la cabeza de un monigote que espero sea quemado a las doce con todas nuestras malas horas de este año, en tanto su perro negro salta por medio de los niños y ladra a la gente que baja de los buses.

Me acuerdo que cuando era pequeña y salía a recorrer las calles del centro llenas de años viejos imaginaba ser mayor y comprarme un carro para detenerme en cada soga extendida el 31 de diciembre y dar algo a los pequeños impacientes.

Sí, sin duda, de niños teníamos mejor corazón.




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