7/10/15

Yo no le cuido al Matías




Él cuida de mí, cuida de que no esté en las calles aturdida viendo los días pasar entre el alcohol y el odio que defendimos (años de atar el monstruo bajo llave), me cuida de no perderme en la autocompasión, de tener que estar lúcida para hacerle el peinadito de Gokú y un Taiyo Ken decente.

Me cuida para que cuando se me rompa el corazón, lo arme desde el abismo del amor que a veces aguanta no dormir y estar irritable y cabreada y triste y aburrida sólo porque vendrá la redención del abrazo infinito del hijo que uno quiere con el tiempo, con las aguas y con la risa, no con la católica ilusión de la panza iluminada.

Entre los años que pasan, a veces la gatita viene a dormir cuando llueve, la gente suele repetir que la madre es sacrificio y bondad y yo creo, que depende, porque a veces la palabra de una madre puede romperte y para siempre, hasta llegar a odiar la palabra madre, y yo que hoy tengo a alguien que me cuida para no morir en el intento, y poder creer en libertad desde la canción del otro, puedo decir que no creo en las madres.

La canción que une los caminos que se van tranzando en los días, la canción que asfixiada ya no sale de la radio, ni del consumo excesivo, ni de las modelos de tallas pequeñas, ni del cojudo que te cobra el regalo en el machismo omnipresente de esta curuchupísima ciudad, ni del amor-odio con mi madre que me terminaría costando la vida, ni del capitalismo asqueroso que nos rompe el alma y nos despelleja inmutados frente a un espejo de un set de televisión tan hijo de puta;  la canción que alguna vez cantaste con la camiseta de Nirvana a los catorce, con la alegría de romper todo lo que tu madre te auguró alguna vez, la canción más punk y más pura y más irreverente y más alegremente pesimista, con la cerveza en su primer sorbo mientras el amor no era triste ni violento sino profecía de una agradable destrucción cómplice, pues mi hijo cuida y entona mi canción.