3/5/09

regresando, acabando la pausa

perfeccionando el rugido del león


Regresé y si apenas cada entrada me doy cuenta que estos escritos son rojamente cada vez más personales. Y acaso así cuando los demonios hubieron de visitarme, también debí alejarme de escribir cualquier cosa.


Y abriendo el libro otra vez leí:

Allá en Aláquez, don Galo, mi familia éramos carameleros, y yo salía con mi charol las tardes a vender los caramelos y los guambras de la escuela me decían Qué más vos Falcón que suertudo que sois, porque no sabían que yo no me comía los caramelos sino que tenía que madrugar y menear horas enteras en unas ollísimas el almíbar hasta que se iba endureciendo y después había que trastornarlo en unos moldes chiquitos en forma de pescados, gallos, mariposas, palomas, y a veces me regaba en las manos y se quedaba pegado quemando i al sacarse el caramelo salía despellejando i había que quemarse los otros dedos para quitarle los trozos de pellejo que se le habían pegado. (Entre Marx y una mujer desnuda, Jorge Enrique Adoum)
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