2/5/19

A propósito de Alejandra Pizarnik

"Imposible vivir siempre en estado de catástrofe." escribía Alejandra Pizarnik en su diario un día como hoy.

Años como grandes olas del mar internada en lo profundo de una subjetividad dolorosa, donde el espejo y la niñez se quebraban casi siempre.  Gabriela Espinoza Salamea se enorgullecía de mirar todos los días desde la ventana de la sala de sicopatología del Pirovano llenando sus labios de los labios de Alejandra.
Me leía en ella.
Un elefante anoréxico que esculpe nubes pensando en los rostros que no pueden cambiarse, en las manos que son siempre las mismas, en la lengua que se aburre de decir lo mismo, de tatuarse lo que escapa al destino, de lo inconmensurable de una soledad organizada desde los cinco años.
Demasiado alcohol llorando por los cuerpos que se escapan por la ventana en la noche cuando llueve sin parar, despellejándome hasta llegar a las ojeras hondas como los potros de bárbaros atilas de Vallejo.
Y entonces llegó la hora de un tratamiento de verdad, pastillas y terapia, dejar a la escritura que sangra y lastima para el fin de semana ¿me he traicionado a mi misma?
No se azota el espíritu con oscuro beneplácito en mis poemas de amor, las hojas se mueren como peces hambrientos.
Rayos, quisiera escribir como Alejandra pero no quisiera morir con el hueco en el estómago como Alejandra.
Llegó la hora de un tratamiento de verdad, pastillas y terapia.

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